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das Mystische 2.1

Engel

Engel Tampoco tengo claro a qué clase de género pertenece esto, ni qué utilidad tiene –si es que acaso llega a tener alguna. Lo que aparenta es tan sólo la explicación particular de una carencia; un carácter, un estilo desnudo. El agua misma pertenece entonces a su propio cauce, a su fina lámina de encuentros y transportes, pero únicamente hasta que el río se desborda. Lo confirma Julio Villanueva Chang, director de la revista peruana Etiqueta Negra desde las páginas del Letras Libres mexicano del mes de agosto: un cronista no tiene escapatoria del pasado: trabaja siempre con recuerdos. Por eso, cuando ella levanta la voz (una voz más joven en esta ocasión, insólita, con más energía) ha pasado más de un mes desde el encuentro y todo parece representado en un cuadro inmóvil, silencioso, aunque los objetos no tardan en tomar contacto inmediato con la elocuencia. El sujeto, sí, dice ella, o la invención del sujeto, o el reconocimiento del sujeto; y Bordieu a lo lejos, sobre la terraza plataforma, y yo que me doy cuenta de que allí, en el lugar de la conversación, me encuentro extrañamente incómodo (no me llegan las ideas, no me sirven de nada las palabras), y el cambio social de nuevo (¡algo tenemos que hacer!, me dice, ¡“la revolución” es ahora un slogan publicitario de una conocida entidad bancaria!), y bla, bla, bla, y etcétera, etcétera. Luego, algo más tarde, sin apenas darme cuenta, la cabeza huye de allí y, sin pensarlo dos veces, ya estoy otra vez de vuelta. ¡El pasado! ¿Dónde, sino, iba a encontrar el cronista (o lo que sea) materia de trabajo?

Fernando Rodríguez Genovés (a propósito de la conversación de la terraza: ¡aquí huyo mi cabeza!), en El consejo de Wittgenstein:

Es conocida la anécdota que relata el encuentro del filósofo Ludwig Wittgenstein con un vecino de Puchberg, pueblo austriaco donde se retiró el filósofo vienés huyendo de las alturas de la cátedra universitaria, esa “muerte en vida” como la calificó, para dedicarse a la pedestre pedagogía de la enseñanza primaria. El lugareño, inflamado por la proclama socialista y ávido de Revolución, le confesó al filósofo que su máximo anhelo era cambiar el mundo, mas no estaba muy seguro de cómo hacer semejante cosa o extremosidad. Wittgenstein le contestó: “Pues mejórese a usted mismo; eso es lo único que puede hacer para mejorar el mundo”.

Tampoco estoy seguro de que fuera ésta la respuesta que quedó en silencio, pero las cosas cambian rápidamente en la memoria y bien pudo ser así –o de otra manera, ¡quién sabe!. Días después, Ana María Moix glosaba en el periódico las virtudes insustituibles de Juan García Hortelano y la cronista catalana cerraba así un circulo abierto en una terraza plataforma con las últimas sombras del verano. “Una bondad más escasa aún que la mismísima bondad: una bondad inteligente. Era una bondad tan inteligente (la de García Hortelano) que procuraba esconderla para no ofender.”

Me gusta pensar, sin embargo, que ella (la voz de la energía) nunca leerá esta pequeña crónica. Hay cosas que se solucionan seguro y otras que no pueden permanecer por sí solas sin solicitar ayuda. El agua misma pertenece ahora a su propio cauce, a su fina lámina de encuentros y transportes, pero únicamente hasta que el río se desborda.

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